sábado, 7 de noviembre de 2009

EL LLANTO DEL MUNDO

El pedir se me daba muy mal. Vamos, que no sabía pedir. Y en cuanto a robar, ni siquiera se me pasó por la imaginación. Nadie podía decir que hubiese cogido un pera, un racimo de uvas, un melón… Y eso que más de una vez, hambriento y sediento, atravesé huertos cuyos arboles estaban cuajados de jugosas peras, campos plantados de vidas llenas de uvas prietas, bancales abarrotados de maduros melones.
En cambio, caminar se me daba muy bien. Caminaba desde el amanecer al ocaso. Y si no fuese porque había que dormir, cosa que también se me daba muy bien, caminaría incluso de noche cuando hubiese al menos luna en cuarto creciente, porque sin algo de luna no hay modo de caminar por las tronchas y a campo a traviesa. Y eso que mis ojos, en noche cerrada o sin estrellas, ven tanto como los ojos del búho o de la lechuza. Pero cuando llovía o nevaba o estaba el cielo cubierto de nubes negras, no caminaba.Y todavía mejor que caminar se me daba llorar. Y sufrir, no digamos. Lloraba y sufría mucho. Y nunca me puse a pensar por que lloraba tanto, porque sufría tanto.Bueno, solo una vez en mi vida me puse a pensar sobre seto y me desmaye, porque sentí que mi corazón giraba al compas de la Tierra y que todo el sufrimiento del mundo de ese momento lo tenía metido precisamente en mi corazón. No sé ni cómo estoy vivo después de aquel trance.
El caso es que me desperté cubierto de caracoles. Y debió ser la humedad de los caracoles en mis sienes lo que me hizo volver en sí. Lloraba con mucha frecuencia. Pero cuando nadie me veía. Aunque alguna vez, todo hay que decirlo, me sorprendían llorando. Y la buena gente llegaba a decirme:
- Vaya trancazo que ha cogido usted
- Vaya s sueño que se echaría usted. ¿eh?
- Vaya, el aire que le hace llorar. A mí también me pasa eso. Debe ser alergia que tiene uno al aire.
Pero la verdad era que el alcohol que podía tener en la sangre no era para tanto. Tampoco tenía el menor sueño, porque siempre he dormido mis buenas ocho horas. Tampoco el aire era para tanto, por mucho que estuviese revuelto o por mucha tierra que pudiera meterse en los ojos.Caminaba por esas sendas que abren las pisadas de los hombres o de las bestias en los campos. El cielo estaba cubierto por espesas nubes grises volanderas porque el viento soplaba lo suyo. Pero…De repente dejo de soplar el viento y las nubes se detuvieron. Se expandieron, se desflecaron, se abrieron en medusas radiantes proyectando un sin fin de arcoíris. Y empezó a caer una lluvia intensa pero fina.Divise una casa de labranza en lo alto de un montículo y aligere el paso. Y en media hora de camino llegue a la casa.Era una casa en ruinas que tenia por techo el cielo. Me senté al abrigo del dintel de la puerta. Ya no me mojaba. Y la verdad era que apenas estaba mojado. Y es que la piel curtida y la ropa mugrienta se impermeabilizan.
En el horizonte había una franja entre dorada y malva que se distinguía malamente por la cortina gris de la lluvia. Esto me había ver que el sol se estaba ocultando.Que fina era aquella lluvia. Estuve un buen rato contemplándola absorto y, sin saber cómo ni por qué, me eche a llorar. Así me ocurría siempre, sin saber cómo ni por qué.El caso es que llovía y yo lloraba. No es que no hubiera llorado otras veces al tiempo que llovía o nevaba, no, eso ha debido ocurrirme muchas veces. Es que me di cuenta por primera vez que lloraba al tiempo que llovía.
Y ahí estaba el quid de la cosa, que, por primera vez, me percate del espesor de mis lágrimas. Y me percate porque cogí una lágrima y la coloque junto a la gota de lluvia. Mi lágrima era cien veces mayor. Y para que no hubiera dudas, hice con mi lágrima cien gotitas iguales a la gota de lluvia.
Claro que la lluvia era muy fina. Pero cien veces una cosa, son muchas veces.
Desde aquel día, con este descubrimiento, me considere alguien. Porque mis lagrimas de todo un año, caídas con la finura de aquella lluvia, podrían cubrir toda la tierra. Vamos, que me considere nada menos que el portador del llanto del mundo. Y de solo pensarlo, casi me desmayo, como en aquella ocasión que ya dije, en la que los caracoles me volvieron en mí al humedecer mis sienes. Lo que uno descubre cuando empieza hacer comparaciones. De la oscuridad sale la luz, de la pobreza sale la riqueza, de lo malo sale lo bueno… Pero no, también fallan las comparaciones porque de la materia no sale la verdad, sin no mas represión; de la guerra no sale la paz, si no mas injusticia; del dolor no sale el gozo, si no más sufrimiento…Lo tengo más que comprobado. Porque el hombre para vivir necesita cinco cosas: aire, tierra, agua, libertad y justicia: Y, si no, hágase la prueba: se le quita una solo de estas cosas y el hombre muere.
Pero a lo que iba. Mi dolor, hace mucho tiempo que lo tengo metido en el alma, tanto es así que pienso si no será el alma el dolor, esta tan entero y nuevo como el primer día que empecé a sentirlo.Y lo mismo ocurre con mis lagrimas, tan enteras y lozanas como el primer día que llore sin saber cómo ni por qué, quizá allá cuando por primara vez sentí en mis ojos la luz o la oscuridad de este mundo, pues uno jamás sabrá si lo que vio la primera vez fue la luz u oscuridad.El caso es que llovía y yo lloraba. Y una sola de mis lágrimas era cien veces mayor que una gota de aquella lluvia.